Aprendí a soñar muy temprano. Supe que los sueños podían hacerse realidad cuando tenía como cinco años y decidí contarle a mis abuelas a lo que me quería dedicar toda la vida: “quiero trabajar en un circo, viajar de pueblo en pueblo y ser la contorsionista”. Debo aclarar que a cada una le conté por separado.
Mi abuela paterna, doña Minerva Grazzia, sonrió y dijo a mis tíos: “ya oyeron a lo que se va a dedicar su sobrina” entonces mis tíos tuvieron una brillante idea. Ellos serían mis entrenadores cada tarde cuando llegara de la escuela, tendrían una serie de ejercicios que yo debía practicar con disciplina. Recuerdo que me doblaban en un taburete, que caminaba de espaldas al piso apoyada con las manos y puntas de los pies, recogía pañuelos con la boca y hasta me enseñaron la forma histriónica de pararme para recibir los aplausos del público.
Todo esto ocurría en ausencia de mis padres, hasta que una tarde mi papá llegó antes de lo previsto y nos encontró en plena función. Me miró y dijo rápidamente “supe de unas clases de gimnasia olímpica que están dictando en Montería, así que voy a inscribirte”. La verdad eran más emocionantes las clases con mis tíos, lo único especial que puedo recordar de esa experiencia, es que mi papá me llevaba en moto a las clases y todas las niñas me miraban con cara de envidia y yo caminaba presumida.
Una tarde mi abuela, doña Minerva, me contó algo que cambió mi mente por esos días: “hay algo que no te he dicho y creo que es importante que lo sepas”. “yo tengo un primo que es dueño de un circo”, “se fue hace muchos años de aquí, por eso no lo conoces”. “siempre quiso ser mago, hasta que lo consiguió. Se fue con toda su familia y montaron un circo” No podía creerlo, ya entendía de dónde venía mi gran afición por el tema, definitivamente era algo genético: “abuela, ¿cómo se llama el circo de tu primo?” le pregunté – “se llama como él, Arturo, mejor dicho “el circo de Arturo” me respondió con una sonrisa medio perdida entre los labios.
Fueron noches enteras pensando en ese primo que ya quería y jamás lo había visto. Hasta que un día se hizo el milagro, todos en El carito gritaban como locos: “¡llegó el circo!” ¡”llegó el circo”! Y es el circo de Arturo”. Puedo recordarlo como uno de los días más felices de mi vida. Todo el pueblo estaba en la plaza viendo como se construía clavo a clavo y carpa a carpa un sueño. Nadie se quería ir, entonces mi papá me dijo que este día le recordaba su niñez, cuando al pueblo llegaban los gitanos, armando sus grandes carpas que en las noches se convertían en teatro y proyectaban las películas mexicanas de la época, cobrando unos cuantos pesos que a duras penas les alcanzaba para sobrevivir, pero todos los que lo vivieron recuerdan esos días, como los más felices de su vida.
Llegó por fin, la siguiente noche y con ella la primera función del circo. Los más viejos fueron a ver a Arturo, ansiosos por ver sus trucos de magia y los más niños, jamás habíamos visto un circo, ni los gitanos, ni nada parecido, así que todo El carito en pleno estaba allí. Todos aplaudimos, disfrutamos, comimos, en fin, fue una gran fiesta de bienvenida, y llegó para mí el momento más anhelado, salió la contorsionista, se llamaba Yesenia, ella se movía como si fuese de caucho, la verdad sentí que las famosas clases con mis tíos habían valido la pena, pues muchas de las cosas que vi, me sentí en capacidad de imitarlas, así que cada vez me sentía más cerca de mi sueño.La verdad sentí que las famosas clases con mis tíos habían valido la pena, pues muchas de las cosas que vi, me sentí en capacidad de imitarlas, así que cada vez me sentía más cerca de mi sueño. Fue una noche de luz, donde no fue necesario mirar al cielo para ver las estrellas.
Al día siguiente, cuando salí de la escuela fui directo a buscar a Yesenia, era unos pocos años mayor que yo, y en cinco minutos ya nos habíamos ahorrado años de amistad y en las tardes siguientes, estábamos preparando nuestra primera función. Fuimos amigas, ensayábamos, me prestaba todos sus trajes de lentejuelas y plumas, conocí el mágico mundo circense, era la primera que salía del público como voluntaria para que me lanzaran cuchillos, me subía en una escalera que luego un hombre sostenía con la barba y hasta ayudaba a recortar las boletas de la taquilla. Arturo me vio y me preguntó: “¿Tú qué eres de Minerva Grazzia? –“soy la nieta- respondí. No puede ser, ella era mi prima favorita, así que de ahora en adelante esta es tu casa.
Pero como esto no podía ser para siempre, un día llegó el fin, era la última función y al igual que el primer día todo el pueblo fue a despedirlos. Por la mañana sentía que me hacía falta una parte del cuerpo, para ser más exactos, era un pedacito de alma el que se me había ido con el circo. Hasta que llegué a la casa de mi abuela materna, la niña Ignacia Díaz y le dije: “Estoy muy triste, yo quería trabajar en un circo”. “Quería viajar y recorrer los pueblos, siendo la contorsionista”. “y por qué me dices que querías”- me respondió- “porque ya se fue el circo” Pasaron muchos días, donde el único tema de conversación era la ausencia de Arturo y su familia. Una tarde mi abuela Ignacia, hacía galletas de limón como de costumbre y me dijo: “te tengo una sorpresa, ven, vamos al patio” corrí como loca a ver de qué se trataba todo y ese día supe que los sueños se hacían realidad, mi abuela me había construido un circo. Lo supe también cuando mi abuela Minerva me dijo que tenía un primo que se llamaba Arturo.
Adriana Lucía
Finales de Septiembre de 2009
tu sabes..te amo!
ResponderEliminarY ¿Cuándo soñaste con ser cantante?
ResponderEliminarQue belleza tu abuela construirte el circo :D, las abuelas son de las personas más lindas que podemos tener cerca.. Yo perdí a la mia hace poco y la extraño muchisimo y leer lo que hizo tu abuela, me recordó tantas cosas maravillosas que la mía hizo por mi.
ResponderEliminarHermosa tu historia.
nanyyyyyyyy cuando la leí por primera vez se me hizo un nudo en la garganta!! te quiero!!!
ResponderEliminarEl encanto de los circos se parece mucho al de los sueños: suelen ser mundos mágicos, de colores vivos, en donde parece que todo es posible... y a veces lo es.
ResponderEliminarAdriana. Cada vez que leo tu blog descubro a una persona buena con un alma limpia, cristalina. Todos hemos soñado, todos hemos sido felices y todos hemos tenido nostalgias.
Pero no todo el mundo se atreve a desnudar su corazón con esa generosidad que tienes tú para con tu público.
Gracias por dejarnos ver al ser humano que vive dentro de la artista :)
lineas trazadas con el mitico sabor del sinú, con el auspicio de las abuelas y los sueños en una niñez mágica en nuestros pueblos reconditos del caribe colombiano.
ResponderEliminarsigue cultivando ese don, en la soledad del silencio, en los recuerdos que llegan a media noche, en una conversación descomplicada...
allí y solo allí fluye como un torrente la inspiración.
Me encantó la narrativa y creéme que soy asidua lectora desde que tenia 5 añitos.
Vamos pa´lante!!
Saludos!!
F.E.P.V
Muy bien narrada la historia, me hizo transportar a tiempos felices de mi niñez, de las vacaciones en El Carito cuando aun vivías frente a la casa de mi abuela (La Niña Gilma). Yo fui a ese Circo y vi tus actuaciones (Muy buenas por cierto), en fin tiempos felices aquellos, Dios te bendiga
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